Escritor
Hace años, cuando la juventud todavía me permitía focalizar mucho mejor mi atención en una tarea compleja por más de una hora, recuerdo rechazar muchas invitaciones a un café por quedarme enclaustrado en mi cuarto, usualmente escribiendo o haciendo música. Era lo que había en aquel momento, lo que me motivaba, lo que me permitía sacar adelante los proyectos que tanta ilusión me hacían. Quedar para tomar algo no me resultaba tan llamativo, menos cuando tenía tanto trabajo por delante.
Pero las cosas cambian y ahora mi situación es prácticamente la inversa. Si me dicen café, lo dejo todo.
No sé si el punto de inflexión fue la maldita pandemia, o esto ya venía de antes. La vida, al final, son decisiones que vamos tomando, conscientes e inconscientes, cada día. Algunas, sin darnos cuenta hasta tiempo después, cambian nuestros hábitos y rutinas. Y muchas veces, esas decisiones están basadas en nuestras prioridades. Porque hay que tener de esas en la vida, sobre todo cuando el tiempo escasea. Queremos hacer mil cosas y luego nunca terminamos nada, porque la procrastinación es una tentación demasiado suculenta como para no sucumbir.
Las prioridades marcan nuestra vida si sabemos cómo organizarlas y darles el tiempo y el momento que merecen. Y no lo digo para mal, sino todo lo contrario. Antes, mi prioridad era quedarme en casa a escribir para tener un libro terminado al año. Ahora, prefiero salir a disfrutar de una tarde de finales de verano con cualquier persona a la que le apetezca charlar un rato. Porque todos sabemos que café no significa café.
Un café equivale a un “hace tiempo que no hablamos”, o a un “tengo ganas de verte”. Un café es sinónimo de “estoy aquí para ti” o de “necesito saber que tú lo estás para mí”. Un café es una pausa en la vorágine de hiperproductividad que nos esclaviza hoy en día. Es un oasis de socialización cara a cara en el que por un rato nos olvidamos de las pantallas, los emojis y los likes. Un café es verdad con aroma, confesiones en el rincón de cualquier local, noticias buenas y malas. Un café, en el momento adecuado y con la persona adecuada, lo salva todo.