Radiografía de un sentimiento cofrade 1

Radiografía de un sentimiento cofrade

Ely García

Ely García

Comunicadora

Este año quería vivir una Semana Santa distinta. Pensé como mucha gente, aprovechar los días festivos para viajar y relajarme. Huir del bullicio, no sentir presión de perderme  a la dulce Virgen de la Esperanza, la salida de mi preciosa Virgen de la Amargura en esa calle con su nombre, que tantos años he esperado horas para colocarme en el mejor sitio, esa Virgen del Rosario, poder llegar a tiempo para ver a Nuestro Padre Jesús, ese cristo del Amor que tanta emoción me produce acompañando a la Virgen de los Dolores etc. Este año, como decía, iba a ser distinto. No quería estrés cofrade, pero me equivoqué.

 Llegué a mi destino de vacaciones y diez minutos después de estar en una hamaca con un cóktel riquísimo, comencé a pensar que ¿qué demonios hacía yo allí? ¡Como si no hubiera momentos en el año, para poder estar en ese ambiente de relajación!

Al final va a ser verdad que no estoy contenta con nada. Me entristecí tanto, que le dije a mi marido: ¿Qué tal si conocemos la Semana Santa de este lugar? Aceptó y nos dirigimos hacia el centro de la ciudad. Yo iba contenta porque de alguna manera iba a ver los pasos, como decimos por aquí.

Nos situamos en primera fila porque era bastante fácil, nadie te miraba mal ni te decían que llevaban horas esperando como para que te pongas delante. En nuestro pueblo no lo permitimos y le decimos al que se te ponga delante que no puede hacer eso.

Esta experiencia era rara, aunque grata.

Era decepcionante pero placentera, porque volví a recorrer calles estrechas repleta de gentío, a sentarme en poyetes y esperar a que llegasen las cofradías, pero no huele a incienso, no huele a azahar, no huele a adobo por sus calles,  no veo cansancio y sacrificio en los costaleros.

No veo dolor y desesperación en los penitentes. No es Sevilla, no es El Viso, no es Los Alcores! No voy vestida de Viernes Santo, voy de turista a pesar de haber dejado planchado en casa mi traje de chaqueta celeste para estrenarlo.

Es Semana Santa sí, pero no es mi Semana Santa.

Me preguntaron si estaba contenta por conocer otra cultura, otras costumbres y a mi se me cayeron dos lagrimones que intenté disimular escondiendo mi rostro.

Intenté ser positiva, buscarle el lado bueno del día e incluso pensé lo que me diría mi madre: “las lágrimas las hemos derramado hace unos días y eran lógicas, pero por esto hija mía, no hay que llorar. La vida es así y hay que torearla según venga”

Tenía razón, pero yo deseaba un viernes Santo distinto, sencillo. Un viernes Santo que no me dolieran los pies por poder presumir de mis zapatos nuevos, volveré a vestirme con mis mejores galas, volveré a comer mi “pescaíto” frito y a saludar a todos mis vecinos en las calles de mi pueblo.

¡Así es la vida! Hechas de menos lo que no tienes. Somos personas de costumbres!

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