
MI ÁNGEL DE LA GUARDA
La nueva experiencia que hoy narraré se basa en historias que a mucho les puede pasar en su vida cuando se disponen a coger un avión. A mí, cómo a tantas personas, volar me da miedo. Sin embargo, me niego a excluir en mi vida éste medio de transporte.
Hoy, me ha pasado algo que no sé muy bien que es y cómo interpretarlo. El día de subir a esa nave, que me llevará a mi destino de vacaciones, ha llegado. Días antes, solo de pensarlo, sentía contracciones en mi estómago como si de un tobogán se tratase, pero hoy, era el día, hoy me iba a enfrentar a ese reto de llegar a mi destino atravesando las nubes.
El reto comenzó e inmediatamente me vi rodeada de gente y de maletas en una cola esperando ser escaneada como si fuéramos delincuentes. Una vez pasado el primer paso sin problemas, comencé a sentir temor como si ya no pudiera dar marcha atrás, como si ya fuese definitivo y el temor pasó a inquietud y luego angustia.
El miedo a volar no es cuestión de inteligencia, cultura, sexo, edad o éxito profesional, lo sientes y no puedes hacer nada por ello. A mí me sucede, pero esta vez algo fue distinto. Me senté en mi asiento, intentando disimular lo que en mi cuerpo estaba ocurriendo. Escuchaba los latidos de mi corazón y miraba a los demás por si ellos también lo escuchaban. Me sudaba las manos e intentaba calmarme con la respiración.
Traté de poner en práctica las terapias y consejos que tantas veces había leído llegado el momento. Me abroché el cinturón, no podía respirar, me arrepentí de haber elegido este día para superar mi aerofobia. Ya estaban casi todos en la nave y vi que aún la compuerta seguía abierta. Quizás aún podía dar marcha atrás e intentarlo otro día. Podría interpretar el papel de loca y decir que me bajaba. Seguro que nadie me lo impediría.
A mi izquierda un sitio vacío.
Al menos no tenía que disimular los músculos de mi cara que se iban contrayendo más y más. Decidí marcharme, salir de allí y buscar otra forma de viajar. Otro día intentaría superar mis temores a volar. Me voy, me voy, pero las piernas no hacían caso de la orden que les daba. El pánico se había apoderado de mí y pronto sería imposible librarme de volar al menos que no saliera corriendo ya. En segundos cerrarían y cuando recupero el control de mi cuerpo y me voy a poner de pie, llega una azafata y me sienta una niña al lado y me dice que si puedo acompañarla durante el vuelo porque viaja sola y así tranquilizarla.
Mentalmente frené en seco y todo mi cuerpo se agitó por dentro creando en mí una confusión que no sabía cómo desovillar ese vaivén. Yo quería decirle a Carolina, que así se llamaba la azafata, que yo no podía ayudar a esa niña porque estaba en plena crisis de aerofobia, pero cuando miré su carita supe que estaba más asustada que yo, no pude hacerlo. ¿Dios mío que hago? Esos ojos azules se apoderaron de mí e hicieron que todo mi ser se volviera del revés y mi rostro se convirtió en sonrisa y amabilidad. Pasamos todo el viaje charlando. Llamó a la azafata y salió al baño. No volvió. Pensé que la azafata estaría con ella. Me quedé dormida y aterrizamos. Antes de marchar pregunte por la niña y me dijo Carolina que no sabía de qué niña le hablaba. Me quedé perpleja y no sé si es que había dormido todo el vuelo y lo soñé, o es que mi ángel de la guarda me acompañó.