Expectativas 1

Expectativas

Manuel Jesús Palma

Manuel Jesús Palma

Escritor

El budismo conserva en su base principal cuatro principios, conocidos como Las Cuatro Nobles Verdades, que pueden resumirse rápidamente ubicando al deseo como la causa del sufrimiento emocional. Si la vida es sufrimiento, pero logramos evitar el deseo, evitaremos también el sufrimiento, o al menos, nos alejaremos de él, mientras evadimos ese deseo, que no es otra cosa que el querer conseguir aquello que todavía no tenemos. Suena sencillo, ¿verdad? Pues mejor ni lo intenten.

Hay quien ha decidido enfocar este pensamiento como una crítica al materialismo, más en nuestros tiempos, donde estamos programados a desearlo todo, de una manera desesperada. El mejor coche, la mejor casa, el mejor teléfono, la mejor ropa… ¿todo para qué? Basta con echar un vistazo a las bases del sistema económico dominante para entenderlo. Nos quieren consumistas, nos empujan a estar constantemente deseando, porque es parte de nuestra naturaleza.

Y en ese imperfecto periodo que hay entre el deseo y la consecución del mismo, en el mejor de los casos, llegan las expectativas. Esa vida paralela que todos nos imaginamos cuando algo nuevo se presenta y jugamos a adivinar el futuro. Solo que las expectativas jamás son una muestra de lo creemos que pasará, sino un vehículo directo a lo que somos, desde lo más profundo de nuestro corazón. A veces, de forma pesimista, las cargamos de dudas e inseguridades que siempre negaremos. En otras ocasiones, esas expectativas despegarán como un cohete directo al cielo más hermoso y estrellado, terminando en fuegos artificiales.

Las expectativas duelen, como el deseo, cuando no se concretan. Cuando esperamos que ocurra algo y ponemos, casi sin querer, siquiera un poco de esa ilusión que nos quede, como el inocente niño que todavía sueña con la Noche de Reyes. Desde esa película que parecía la bomba en los trailers y termina siendo una patochada infumable hasta esa persona que nos prometió lo imposible y, oh sorpresa, no llegó ni a cumplir con el mínimo exigido. Las expectativas, dicen, solo son culpa de quien las teje, de quien las enhebra poco a poco a base de esperanzas, deseos y experiencias pasadas. Por tanto, como ocurre con el deseo, si nos obligamos a no esperar nada, jamás seremos decepcionados.

Qué mundo tan triste y gris ese en el que no caben el deseo ni la esperanza. Que frío debe hacer en esa burbuja en la que uno se encierra para no decepcionarse con nadie. Y cuánto debe doler matar cualquier mínimo atisbo de ilusión a las primeras de cambio para no sufrir. Como si la vida fuera eso, evitar el sufrimiento, en lugar de arrebatarse con él, caer y levantarse mil veces si hace falta. Magullados, heridos, pero con la expectativa de que todo vaya a mejor. Midiendo la distancia entre lo deseado y lo real, pero sin volvernos de piedra.

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