Profesor
Soy de Los Alcores
Quiero empezar este proyecto afirmando que, aunque me inscribieran en uno de los cuatro registros civiles de la comarca, me siento tan estrechamente vinculado con el conjunto, que me identifico más con Los Alcores que con alguna localidad en concreto, y aporto razones que justifiquen lo que afirmo.
Mi madre me parió en Bailén, 100, en Alcalá de Guadaíra. Días después, con el temor de que no pudiera sobrevivir al catarro intestinal que me aquejaba, fui bautizado en la parroquia de San Sebastián. Eso es así, pero ahí no acaba todo, ni mucho menos.
Empecemos porque mi madre era hija de un pastor de Carmona, trashumante entre la vega y la Sierra Norte que, desde el primer verano que vino al cortijo de Marchenilla con las ovejas a los pastos de reposición, puso los ojos en una de las hijas del guarda jurado de Gandul. La abuela había nacido en el castillo-cortijo de Marchenilla y bautizada en la parroquia rural de Gandul. Con estos antecedentes, mi madre, nacida en Alcalá, se crió con sus abuelos entre Marchenilla y Gandul en dónde hizo la primera comunión y más tarde contrajo matrimonio con mi padre. Como maestro interino pasé un curso completo en Carmona reconociendo parientes y localizando los escenarios de los recuerdos del abuelo.
Mi padre, natural de Mairena del Alcor, hijo de un manchonero con tierras en la vega, y nieto de agricultor en Gandul, con dos de sus tres hijos enamorados en la aldea, fue conocido como El cochero de Gandul. Su familia acabó residiendo en la aldea, allí mantuvo su presencia durante más de sesenta años, y allí conoció a mi madre. El día de la boda hicieron andando el camino entre Gandul y Alcalá, momento en que, las nubes que antes amenazaron la celebración, decidieron descargar un buen chaparrón sobre los reciencasados.
Poco después nos trasladamos a vivir al antiguo calabozo de la cárcel de Gandul. Fue allí donde aprendí a andar, y a pronunciar las primeras palabras rodeado de más de una decena de familias maireneras. En los últimos tiempos del racionamiento de posguerra, todos los lunes viajábamos en el tren de la vega, en un vagón de tercera a rebosar de estraperlistas de Carmona, El Viso y Mairena del Alcor, que todavía llevaban a Sevilla huevos, conejos, pollos, garbanzos, espárragos… Solo en una ocasión subí con la abuela hasta Carmona en el mismo tren. Al coronar la cuesta de la estación me sorprendió extraordinariamente la monumentalidad de la Puerta de Sevilla, impresión que se repitió mil veces en mis sueños infantiles
Durante una década consumimos en casa las medias y las hogazas de a kilo con el sello JR de José Ruiz, el panadero de la Calle de la Iglesia del Viso. El burro con angarillas recorría diariamente las cortijadas de la vega. Al pagarle los panes apuntados en la taja de rama de higuera, alimento básico de nuestra dieta, Currín nos obsequiaba con una golosina, un rosco. Décadas después, participando en un proyecto comarcal del CEP de Alcalá, que se denominó Proyecto los Alcores, tuve ocasión de contactar con verdaderos personajes del imaginario visueño, como D. José María de los Santos o el practicante Domitilo. Fue siguiendo la pista de los últimos molineros de Marchenilla emparentados con molineros de Alcaudete o Carmona, cuando pateé la comarca de punta a punta, desde Alcalá a Carmona, sin sentirme extraño en ningún momento, gracias a los numerosos vínculos con las personas y los lugares.